VIOLENCIA SEXUAL Y DE
GÉNERO
La violencia sexual y de género radica en los
estereotipos que están implantados en las diferentes sociedades y culturas de
nuestro país y del mundo.
Los estereotipos son ideas o imágenes aceptadas
por la mayoría como patrones o modelos
de cualidades o de conducta.
Es por ello, que las
sociedades imponen a hombres y mujeres a cumplir estos estereotipos de manera
inconsciente. Así tenemos los estereotipos en hombres y mujeres.
En consecuencia de la socialización de los
estereotipos en hombre y mujeres, es que se establece la desigualdad, inequidad
social, discriminación, desequilibrio de poder, injusticia y subordinación
hacia las mujeres. Generalizando, así, a los seres humanos mediante un modelo masculino: violencia de género y
sexual.
VIOLENCIA SEXUAL
El concepto de violencia
sexual es cambiante según la perspectiva desde la que se analice: jurídica,
psicológica, tipo de sociedad y creencias culturales. Hace unos años, el
estudio de las agresiones sexuales se centraba en el delito y en los
violadores, pero actualmente se centra en los efectos y en las víctimas. La
conceptualización más común considera la violencia sexual hacia las mujeres
como un acto de poder, agresión y degradación, además del componente sexual por
parte del hombre hacia la mujer.
También es obligar a la
mujer a cualquier tipo de sexo forzado o degradación sexual, haciendo
referencia a tocamientos, penetraciones, embarazo sin protección, tener
relaciones cuando no tiene capacidad para consentir, ver material pornográfico.
VIOLENCIA DE GÉNERO
GENERO.
Pertenecer a género es
algo más que ser diferente, hombre o mujer, es adquirir a priori y de forma
involuntaria, una condición para toda la vida. Son responsabilidades, pautas de
comportamiento, valores, limitaciones, actitudes, expectativas, y gustos, que
la cultura asigna en forma diferenciada a hombres y mujeres y que son
adquiridos en el proceso de socialización.
Es así que; Violencia
de Género, se entiende a todo
acto de violencia basada en la pertenencia al sexo femenino, que tenga o pueda
tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la
mujer.
Inclusive las amenazas
de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si
se producen en vida pública como en la privada.
Esto con lleva a un
problema social a nivel mundial que
afecta en formas sistemáticas a millones de mujeres, niñas y adultas mayores.
Los mitos e ignorancia
sobre la violencia hacia las mujeres, impiden su registro, denuncia,
investigaciones y la adopción de medidas de prevención, atención, erradicación
y sanción. Así, tenemos un listado de cómo se da la violencia de género:
FEMINICIDIO
Con 83 Feminicidios, el Perú ocupa el segundo lugar de países de
la región con mayor cantidad de este tipo de crímenes. Así lo
revela el último informe del Observatorio de Igualdad de Género de América
Latina y el Caribe (OIG), perteneciente a la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEPAL).
El mismo señala que solo
nos supera Colombia, con 88 homicidios de mujeres perpetrados
por sus parejas o ex parejas durante el 2013.
Al Perú le siguen República
Dominicana (71), El Salvador (46), Chile (40), Uruguay (25), Paraguay (20) y
Guatemala (17).
Otra cifra preocupante es que el
38% de indígenas peruanas ha sufrido violencia física o sexual a
manos de su pareja.
LEYES NO BASTAN
El informe también refiere que 11
países de la región, entre ellos el Perú, han tipificado el Feminicidios
dentro de sus marcos legales. Los otros son Bolivia, Chile,
Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua y
Panamá.
En tanto, en Argentina, Colombia y
Venezuela han constituido una forma agravada para este tipo de
homicidios.
No obstante, la CEPAL advierte que
los cambios normativos en estos países no bastan, pues
no se aplican políticas públicas eficaces. Además, indica que
los mismos no cuentan con instituciones capaces de asegurar la efectiva
aplicación de las leyes.
“Las normas se concentran en el
castigo de los agresores sin atender los distintos factores que inciden en la
violencia contra las mujeres, entre ellos la desigual distribución del
trabajo, en especial del doméstico no remunerado”, refiere el
informe anual.
Así, el documento alerta que es
la desigualdad económica, social y cultural hacia la mujer la
que ha generado que la región reporte elevadas tasas de Feminicidios.
“La autonomía de la población
femenina se ve amenazada por la alta proporción de mujeres sin ingresos
propios”, puntualiza el informe de CEPAL.
MICROMACHISMOS
Los micromachismos,
son prácticas de dominación y violencia masculina en la vida cotidiana, del
orden de lo "micro", al decir de Foucault, de lo capilar, lo casi
imperceptible, lo que está en los límites de la evidencia. El prefijo
"micro" del neologismo con el que nombro a estas prácticas alude a
esto, alude en el lenguaje popular, a una connotación negativa de los
comportamientos de interiorización hacia la mujer. En la pareja, se manifiestan
como formas de presión de baja intensidad más o menos sutil, con las que los
varones intentan, en todos o en algunos ámbitos de la relación (y como en todas
las violencias de género): imponer y mantener el dominio y su supuesta
superioridad sobre la mujer, objeto de la maniobra; reafirmar o recuperar dicho
dominio ante la mujer que se "rebela" de "su" lugar en el
vínculo; resistirse al aumento de poder personal o interpersonal de la mujer
con la que se vincula, o aprovecharse de dichos poderes; aprovecharse del
"trabajo cuidador" de la mujer.
Es
decir, los micromachismos son microabusos y microviolencias que procuran que el
varón mantenga su propia posición de género creando una red que sutilmente
atrapa a la mujer, atentando contra su autonomía personal si ella no las
descubre (a veces pueden pasar años sin que lo haga), y sabe contramaniobrar
eficazmente. Están la base y son el caldo de cultivo de las demás formas de la
violencia de género (maltrato psicológico, emocional, físico, sexual y
económico) y son las "armas" masculinas más utilizadas con las que se
intenta imponer sin consensuar el propio punto de vista o razón. Comienzan a
utilizarse desde el principio de la relación y van moldeando lentamente la
libertad femenina posible. Su objetivo es anular a la mujer como sujeto,
forzándola a una mayor disponibilidad e imponiéndole una identidad "al
servicio del varón", con modos que se alejan mucho de la violencia
tradicional, pero que tienen a la larga sus mismos objetivos y efectos:
perpetuar la distribución injusta para las mujeres de los derechos y oportunidades.
Los
varones son expertos en estas maniobras por efecto de su socialización de
género que les inocula la creencia en la superioridad y disponibilidad sobre la
mujer. Ellos tienen, para utilizarlas válidamente, un aliado poderoso: el orden
social, que otorga al varón, por serlo, el "monopolio de la razón" y,
derivado de ello, un poder moral por el que se crea un contexto inquisitorio en
el que la mujer está en principio en falta o como acusada: "exageras' y
"estás loca" son dos expresiones que reflejan claramente esta
situación (Serra, 1993). Aun los varones mejor intencionados y con la
autopercepción de ser poco dominantes los realizan, porque están fuertemente
inscritos en su programa de hábitos de actuación con las mujeres.
Con
ellos los varones no solo intentan instalarse en una situación favorable de
poder, sino que internamente buscan la reafirmación de su identidad masculina
-asentada fuertemente en la creencia de superioridad y en la necesidad de
control- y satisfacer deseos de dominio y de ser objeto de atención exclusivo
de la mujer. Además, mantener bajo dominio a la mujer permite también mantener
controlados diversos sentimientos que la mujer provoca, tales como temor,
envidia, agresión o dependencia. (Bonino, 1990). Dos mecanismos psicológicos
favorecen el sostenimiento de estas prácticas como de otras que conducen al
racismo, la xenofobia o la homofobia: uno, la objetificación (la creencia de
que solo algunos varones -blancos- heterosexuales tienen status de persona
permite percibir, en este caso, a las mujeres como "menos" persona,
negándoles reconocimiento y justificando el propio accionar abusivo -Britann,
1989), y otro, la identificación proyectiva (la inoculación psicológica de
actitudes, invadiendo el espacio mental ajeno). Si bien estos aspectos no serán
desarrollados en este trabajo, no pueden ignorarse a la hora de trabajar en la
desactivación de estas maniobras.
MICROMACHISMOS
COERCITIVOS
En
estos micromachismos, el varón usa la fuerza (moral, psíquica, económica o de
la propia personalidad), para intentar doblegar a la mujer, limitar su libertad
y expoliar el pensamiento, el tiempo o el espacio, y restringir su capacidad de
decisión. La hacen sentir sin la razón de su parte y ejercen su acción porque
provocan un acrecentado sentimiento de derrota cuando comprueba la pérdida,
ineficacia o falta de fuerza y capacidad para defender las propias decisiones o
razones. Todo ello suele promover inhibición, desconfianza en sí misma y
disminución de la autoestima, lo que genera más desbalance de poder.
Intimidación,
maniobra atemorizante que se ejerce cuando el varón ya tiene fama (real o
fantaseada) de abusivo o agresivo. Da indicios de que si no se le obedece,
'algo" podrá pasar. Implica un arte en el que la mirada, el tono de voz,
la postura y cualquier otro indicador verbal o gestual pueden servir para
atemorizar. Para hacerla creíble, es necesario, cada tanto, ejercer alguna
muestra de poder abusivo físico, sexual o económico, para recordarle a la mujer
que le puede pasar si no se somete. A largo plazo se crea generalmente una
situación en la que el varón logra no ser molestado en lo que a él no le gusta,
y no estar disponible para nadie, salvo para sí mismo.
Control
del dinero, gran cantidad de maniobras son
utilizadas por el varón para monopolizar el uso o las decisiones sobre el
dinero, limitándole su acceso a la mujer. Basado este micromachismo en la
creencia que el dinero es patrimonio masculino, sus modos de presentación son
muy variados: no información sobre usos del dinero común, control de gastos y
exigencia de detalles, retención - lo que obliga a la mujer a pedir- (Coria,
1992), etc. Se incluye también en este apartado la negación del valor económico
que supone el trabajo doméstico y la crianza y el cuidado de los niños.
No
participación en lo doméstico, basada en la
creencia que lo doméstico es femenino y lo público masculino, por este grupo de
maniobra se impone a la mujer hacerse cargo del cuidado de algo común: el hogar
y las personas que en ella habitan. Es una práctica de sobrecarga por omisión,
que el varón justifica apelando a su rol de "proveedor" al que no se
puede agobiar más de lo que soporta en su trabajo (es paradójico que esta
justificación la realizan aun varones que no son los principales proveedores de
o económico, con lo que imponen la "doble jornada" a la mujer que
trabaja).
Uso expansivo-abusivo del
espacio físico y del tiempo para sí, este
grupo de micromachismo se apoyan en la idea de que el espacio y el tiempo son
posesión masculina, y que por tanto la mujer tiene poco derecho a ellos. Por
tanto su apoderamiento es natural y no se piensa en la negociación de espacios
y ni de tareas comunes que llevan tiempo. Así, en cuanto al espacio en el
ámbito hogareño, el varón invade con su ropa toda la casa, utiliza para su
siesta el sillón del salón impidiendo el uso de ese espacio común, monopoliza
el televisor u ocupa con las piernas todo el espacio inferior de la mesa cuando
se sientan alrededor de ella, entre otras maniobras (Guillaumin, 1992). Y en
cuanto al tiempo; el varón crea tiempo de descanso o diversión a costa de la
sobrecarga laboral de la mujer (por ejemplo utilizar el fin de semana para
"sus" aficiones, o postergar su llegada a casa luego del trabajo),
evita donar tiempo para otros, o define como "impostergables" cierta
actividades que en realidad no lo son y que lo alejan del hogar. Esto tiene
como efecto que, en promedio los varones tengan más tiempo libre que las
mujeres (y a costa de ellas).